En un momento de ‘ Brooke Shields, la mujer más bella’, el documental de Disney+ en el que la actriz (Nueva York, 1965) repasa su extraordinaria vida, ella se derrumba. No es la escena en la que habla de cuando su madre, Teri, la hizo posar completamente desnuda con sólo 10 años para una publicación de Playboy; ni esa otra en la que recuerda su trabajo en La pequeña (1978), la película de Louis Malle, donde encarnaba a una niña prostituta; tampoco se trata de la secuencia en la que habla públicamente, por primera vez, sobre la violación de la que fue víctima con poco más de 20 años.
No, la situación se produce al final, cuando la actriz aparece sentada con sus dos hijas, Rowan (de 19 años) y Grier (de 16), y ellas le explican por qué nunca verán la película de Malle. « ¡Es pornografía infantil! –exclama Rowan–. ¿Nos hubieras dejado hacer eso a nosotras con 11 años?». «No», responde, y sus hombros se desploman, incapaz de contenerse.
«Para mí, fue duro no justificar a mi madre delante de las niñas, pero cuando me preguntaron comprendí que debía ser sincera», cuenta Shields, vacilante, mientras comemos un sándwich en el estudio de un fotógrafo en Nueva York. «Podría haberles tratado de explicar que eran otros tiempos o que, al fin y al cabo, estábamos haciendo arte. Pero lo cierto es que no sé por qué mamá creyó que todo aquello estaba bien. No lo sé».
Los actos más censurables de la madre alcohólica de Brooke Shields
La actriz ha defendido y justificado a su progenitora prácticamente desde que aprendió a hablar. Teri, madre soltera trabajadora de Nueva Jersey, consiguió el primer trabajo como modelo para su hija en un anuncio de jabón, cuando esta tenía 11 meses. De inmediato, la niña se convirtió en el sostén familiar, gracias a la publicidad y las fotografías.
Su notoriedad se disparó cuando Malle la eligió para protagonizar La pequeña. Eso provocó que, por un lado, los periodistas y la opinión pública criticaran a su madre por permitir que interpretara a una prostituta y, por otro, que muchas de esas personas salivaran por una mocosa de sólo 11 años.
Teri fue retratada como algo parecido a una proxeneta por los medios, que la acusaron de monetizar la belleza de su hija al empujarla a aparecer en una serie de películas morbosamente sexuales. Tras La pequeña, llegaron El lago azul (1980) y Amor sin fin (1981), de Franco Zeffirelli, que fetichizaban el sexo adolescente y que, como asegura una amiga de la actriz en el documental, a nadie se le ocurriría producir hoy.
Pero Brooke siempre defendió a su madre, insistiendo en que nunca la obligó a trabajar y en que ella disfrutó haciendo esas películas. Y que Teri, lejos de explotar a su hija, siempre la protegió, acompañándola a cada entrevista y cada fiesta.
En otro momento del documental, un periodista pregunta a la actriz preadolescente sobre el supuesto problema de su madre con la bebida; en concreto, si cree que Teri tiene la piel estropeada y los ojos hinchados propios de los alcohólicos. Ella zanja el tema insistiendo, erróneamente, en que su madre simplemente tenía «alergias». «¡Es mi mamá!», concluye en tono protector.
«Cuando eres la hija única de una madre soltera, es algo instintivo –afirma la actriz ahora–. Todo lo que deseas es querer a tus padres y mantenerlos vivos para siempre, y por eso yo quería protegerla como fuera. Y al hacerlo también justificaba todo. Eso solidificó el vínculo que nos unía».
Tras la muerte de su madre en 2012, Brooke Shields escribió un libro sobre su relación con ella, porque se sintió horrorizada por las críticas que leyó en los obituarios. En There was a little girl: The real story of my mother and me, publicado en 2014, admitió que Teri era una alcohólica que se negaba a dejar la bebida a pesar de las súplicas de su hija. «Mami, te ruego que no bebas», escribió la niña en una carta cuando tenía unos 10 años.
En todo caso, y según admite ahora, en el libro no lo contó todo. Omitió algunos de los actos más censurables de su madre, como la autorización para que con 10 años protagonizara un desnudo frontal para una sesión fotográfica para la revista Playboy, maquillada y embadurnada de aceite. Seis años después, la actriz trató sin éxito de evitar que el fotógrafo, Garry Gross, publicara esas imágenes. Y, posteriormente, el artista estadounidense Richard Prince utilizó una de ellas en una de sus obras, que se expuso brevemente en la Tate Modern de Londres en 2009 hasta que, a causa de las protestas, fue retirada.
«Afrontar todo eso fue demasiado para mí –confiesa la actriz–. Escribir acerca de ello me rompió. Era a mi madre a quien estaba protegiendo». Pero ya no. Tras leer los dos libros de memorias que Shields ha escrito –Down came the rain (2005), en el que hablaba de su depresión posparto, y posteriormente There was a little girl– supuse que lo sabía todo sobre ella. Me equivocaba. El nuevo documental proyecta una mirada conmovedora y, en muchos sentidos, hiriente sobre la explotación que sufrió desde su infancia. En él, sigue sin condenar a su madre tanto como podría esperarse, pero se muestra brutalmente honesta.
¿La animó el movimiento #MeToo a contemplar su pasado con menos indulgencia de la que había mostrado anteriormente? «Lo que lo provocó fue el documental –reconoce–. Me permitió ver qué tipo de persona soy y reivindicarme. Tuve que soportar demasiadas cosas demasiado pronto y, aunque mostré resiliencia, también me puse una venda como mecanismo de defensa. Pero ahora puedo mirar a la niña que fui y pensar: «Lo logró, salió adelante».
Hace un tiempo, la posibilidad de que Brooke Shields saliera adelante pareció tan remota como la de los viajes en el tiempo. Durante su adolescencia, en la década de los 80, se convirtió en una de las personas más famosas del mundo. Frecuentaba la discoteca Studio 54, era amiga íntima de Michael Jackson y parecía tener el don de la ubicuidad. Su rostro aparecía en cientos de portadas de revistas y servía de modelo para los fabricantes de muñecas.
Podría haber acabado enganchada a las drogas y olvidada, como tantas otras estrellas infantiles. En cambio, estudió en la Universidad de Princeton y ahora está felizmente casada con Chris Henchy, reconocido guionista, director y productor televisivo. Tiene dos hijas adolescentes y sigue trabajando como actriz. En otras palabras, es una rareza: una antigua estrella infantil transformada en una adulta que en la actualidad disfruta de una vida sana y exitosa.
También es una compañía encantadora. En ella no hay rastro de la vanidad que cabría esperar de alguien que, antes de alcanzar la pubertad, ya era un icono. Al principio de nuestra conversación derrama unas lágrimas, y tiene motivos (muy poco después van a tener que sacrificar al perro de la familia), pero en lugar de cancelar la entrevista o interrumpirla para arreglarse el maquillaje, se limpia la nariz con la manga de su jersey y se repone.
El papel salvador de Frank, el padre de Brooke Shields
El secreto de su supervivencia nunca ha sido un misterio, explica. Sí, su madre era alcohólica, pero eso la obligó a desempeñar el papel de adulta sobria. Además, contó con dos vías para evadirse del comportamiento cada vez más errático y emocionalmente abusivo de su madre: la primera fue el trabajo. «Hacer películas siempre fue mi red de seguridad», reconoce. La otra fue su padre, Frank.
Los padres de Shields se divorciaron cuando ella solo tenía unos meses, pero Frank, un ejecutivo de la firma cosmética Revlon, estuvo muy presente en su vida. Su madre siempre fue su principal apoyo, pero la actriz visitaba regularmente a su padre y a su madrastra, y mantiene una relación cercana con las tres hijas y los dos hijos que esta última tuvo en su anterior matrimonio.
Su vida junto a Teri era divertida pero caótica, mientras que el tiempo que pasaba en la casa de su padre, un hogar conservador y de clase alta, era tranquilo y estructurado, con horarios de comida regulares y normas rígidas. Tal vez otra niña se hubiera sentido confundida por el contraste, pero a ella le proporcionó equilibrio. Mientras Teri trabajaba como su representante, Frank nunca aludió a su fama y si alguna vez se opuso a las elecciones profesionales que su ex esposa tomaba –algo que seguramente hizo–, nunca lo mencionó.
«Papá se negaba a reconocer la realidad», comenta la actriz. Ella era una niña lo suficientemente perspicaz como para darse cuenta de que a su padre no le gustaba su fama. «Y eso alimentó mi firme propósito de ser una persona decente, porque quería que estuviera orgulloso de mí», asegura.
A pesar de su carrera, fue una buena estudiante y recuerda con deleite cómo, cuando cumplió los 18, poco después de que la aceptaran en Princeton, su padre le dijo: «No puedo creer que hayas llegado tan lejos». Y Teri, hay que reconocérselo, también ayudó. «Incluso cuando yo estaba rodando, ella me protegió como si fuera Rapunzel en una torre. Eso preservó mi ingenuidad. Era una contradicción constante», reconoce.
Hoy, sigue habiendo algo inocente y juvenil en ella. Durante muchos años, confiesa, fue emocionalmente inmadura y dependiente de su madre. Incluso tras irse a la universidad para estudiar literatura francesa, continuaba llamándola constantemente. «Creo que al final lo reduje a cinco llamadas al día», comenta entre risas.
Tras la universidad, peleó por volver a la interpretación. Le pregunto por qué se empeñó en hacerlo. A fin de cuentas, aquel habría sido el momento idóneo para elegir su propia carrera. «¡Es que me encantaba lo que hacía! –responde, sorprendida por la pregunta–. La interpretación forma parte de mi identidad».
De su amistad con Michael Jackson a su matrimonio fracasado con Andre Agassi
Y, sin embargo, probablemente gracias a su padre, siempre supo que quería normalidad en su vida. Se hizo amiga de Michael Jackson a los 13 años, en buena medida porque se entendían y podían acompañarse mutuamente a las galas de entregas de premios. «Éramos tan famosos, que podíamos reírnos de todos, como niños», rememora.
En 1993, cuando Brooke tenía 28 años, Jackson le contó a Oprah Winfrey en televisión que era su novia, cuando en realidad ella mantenía una relación con otra persona. «Lo llamé y creo que le dije: «Me parece patético que necesites hacer eso. Tengo la oportunidad de llevar una vida normal y no puedes arrastrarme a tu locura», recuerda. Jackson simplemente se rió; solía decir que quería adoptar un niño con ella.
Teri alentó la «relación» entre ambos. En There was a little girl, la actriz escribe: «Mamá fomentó mis amistades con personas como George Michael, Michael Jackson y John Travolta, porque la impresionaban tanto por su dulzura como por su fama… No representaban una amenaza para ella». Cuando le cito el fragmento, exclama entre risas: «¡Eran el trío perfecto! Entonces no comprendí por qué, pero los tres parecían respetar mi virginidad».
En cambio, su madre no mostraba la misma simpatía hacia los novios reales de su hija. Dean Cain nunca le gustó y tenía una opinión incluso peor del tenista Andre Agassi, con quien la actriz empezó una relación en 1993. Se casaron en 1997, cuando ella tenía 31 años. Aquella boda fue un acto tardío de rebelión adolescente, el momento en el que, por fin, se separó de su madre.
Agassi alimentó sus ambiciones de actuar en el teatro y, en última instancia, asumió el control de su carrera, hasta el punto de que los representantes del tenista se presentaron en la oficina de Teri, la limpiaron y enviaron los documentos a Las Vegas, donde él vivía. La relación con su madre nunca se recuperó de aquello y Teri fue diciéndole a la gente que su hija se había «divorciado» de ella. Murió en 2012, a los 79 años, aquejada de demencia. Brooke estaba a su lado para acompañarla.
La carrera de la actriz experimentó un nuevo florecer: en 1997 y 1998 obtuvo sendas nominaciones al Globo de Oro, por su papel protagonista en De repente, Susan. Pese a su apoyo, me explica, Agassi no veía con buenos ojos que actuara. Cuando rodó su aparición estelar en Friends, interpretando a una acosadora, durante el rodaje de la escena en la que ella lame la mano de Joey [Matt LeBlanc], el tenista salió furioso del plató y, al llegar a casa, destrozó todos sus trofeos deportivos. Escribió sobre el incidente con detalle en Open, el libro de memorias que publicó en 2009 y en el que, le comento, ella queda retratada como una santa y él, como una pesadilla.
«En realidad, no lo escribió él», matiza. [Lo escribió J.R. Moehringer, también autor de En la sombra, las memorias del príncipe Harry]. En aquellas páginas, Agassi se muestra bastante sincero acerca de los errores que cometió con ella, le digo. «Mmm… más o menos –replica–. El libro se llama Open [abierto, en castellano], pero…». El tenista le pidió que revisara las páginas en las que aparecía mencionada para asegurarse de que todo era cierto.
«Inicialmente pensé: «Oh, es un buen tipo». Tuve que leerlas en la oficina de un publicista, no me permitieron llevármelas. Pensé: «No estamos hablando del Watergate, sino de un maldito libro sobre un jugador de tenis». Luego, recibí una carta de Andre que decía: «Muchas gracias por pasar un tiempo con mi escritor. Desgraciadamente, no puedo hacer ninguno de los cambios que sugieres porque no se corresponden con lo que yo recuerdo, y el libro son mis memorias». Está claro que todo fue una artimaña para poder decirle a la prensa que me había dejado leer el libro y dar así por sobreentendido que yo corroboraba lo que describía. Mi editor me explicó que es el truco más viejo que existe». Se divorciaron en 1999 y Brooke empezó a controlar su vida. Durante mucho tiempo, protegió a Agassi, como lo había hecho con su madre.
Brooke Shields, sobre la violación que sufrió con 20 años: «Un no debería haberle parado. Me dije: «Mantente viva y lárgate». Decidí no pensar»
Pero se fue dando cuenta de que hablar le ayuda. Por eso usó el documental para relatar la violación que había sufrido con poco más de 20 años. Sucedió tras su graduación. Le estaba costando conseguir trabajo, así que se alegró cuando alguien le dijo que quería reunirse con ella para hablar de su carrera. Tras la cena, él sugirió que fueran a su habitación de hotel para llamar a un taxi. Una vez allí, de repente «lo tenía encima de mí», recuerda en el documental. « Me quedé paralizada. Un no debería haber sido suficiente para pararle… Me dije: «Mantente viva y luego lárgate», y decidí no pensar. Dios sabe que se me daba bien mantener la mente disociada del cuerpo. Tenía práctica».
¿Alguna vez volvió a ver a su atacante? «En un par de ocasiones. Me limité a ignorarlo, porque le había escrito una carta que no tuvo respuesta. Así que pensé: «Estoy frente a un caso de psicosis y no quiero nada de este tipo en mi vida». No me lo puedo permitir».
En 2001, se casó con Chris Henchy, a quien describe como «un chico irlandés del Bronx, increíblemente estable y normal». Con él encontró la tranquilidad que ansiaba. Querían ser padres y, tras el nacimiento de su anhelado primera hija, Rowan, ella cayó en una profunda depresión posparto y recurrió a los antidepresivos.
Tom Cruise —a quien ella había conocido a los 15 años durante el rodaje de Amor sin fin– decidió que, al ser cienciólogo y por tanto contrario a la psiquiatría, tenía derecho a criticarla por medicarse, y lo hizo en una entrevista en televisión. En aquella época, ella estaba representando el musical Chicago en el West End londinense, y Henchy la llamó para contarle lo sucedido. «Tienes que responderle», le aconsejó. Entonces ella declaró públicamente que Cruise debería «limitarse a luchar contra los extraterrestres», y escribió un artículo para The New York Times en defensa de la medicación. El actor se disculpó. «Me dijo: «No sé por qué lo hice, tú siempre has sido amable conmigo. Me sentí acorralado». Pero, ¿por qué? ¿Por sus creencias?», se pregunta. «Le dije que no quería discutir al respecto. Hizo lo que hizo, y estuvo muy desafortunado».
Cuando Grier anunció que quería ser modelo, la actriz se opuso. «Luego pensé que acabaría haciendo lo que quisiera, con mi apoyo o sin él. Y las agencias de modelos no la dejarán trabajar hasta que cumpla 18 años; será mayor que yo cuando empecé». 17 años y un mes mayor, apunto. «Sí», confirma Brooke mientras ríe.
En el pasado, un comentario así la habría hecho estremecerse por lo que tiene de crítica implícita a su madre. Pero ahora se esfuerza por ver su vida como un todo en lugar de compartimentarla y sentirse mal por algunas partes de ella: «He comprendido que puedo ser dueña de mi pasado y estar orgullosa de él, en lugar de avergonzarme o entristecerme. Tengo motivos para estar emocionada, porque me queda mucho por vivir».